Javier pinta como quien emprende un proceso gestual de construir imágenes sobre un soporte y el resultado gira siempre en torno a la arquitectura, la geometría, el gesto y la pintura como materia.
Me empeño en una descreída reformulación de la condición fragmentaria de la pintura; su valor compositivo –desdicho por el uso masivo e indiscriminado de la imagen-, la narración de su propia materialidad, la han transformado en un artefacto descolocado, ambiguo e inestable, esteticista y estéril.

Materia y color no pueden resistirse a transformar lo que imagino, todo aquello que ya no tiene otra solución formal, lo que no puede ser de otra manera: no más perfecto, no más acabado, no más definido. Una situación excepcional, una realidad sobrevenida, cataliza actitudes de resistencia hacia una formalización sencilla, de materiales cercanos, efímeros y casuales. El arte sintoniza entonces con recursos de hiperrealidad o contrarrealidad, débiles, transitorios y expectantes.

Las posibilidades de combinación de elementos son múltiples, la decisión solo es una, la eficacia de recepción o el acierto estético y conceptual es aleatorio, a pesar del interés en fijar un propósito de equilibrios.En este último tiempo ha habido momentáneamente puntos de distanciamiento y a la vez de absoluta cercanía en la dinámica del trabajo, en los que la precariedad o el olvido de los procesos de la pintura se han revelado como los únicos posibles de la acción pictórica.

Componer y ocupar como una extensión del cuerpo y del lugar, del espacio que se llena de fragmentos aparentes; realmente las capas de color y los materiales van negando la composición de la imagen, clausuran la anterior y los efectos de esa clausura se transforman en cuerpos estéticos en si mismos. La aplicación de una intuición acumulativa, aceptándola y no trabajando contra su apariencia, dan la respuesta a la experiencia de lo inacabado.

DONDE: GALERIA Juan Manuel Lumbreras
CUANDO: Hasta el 23 de octubre
CUANTO: ENTRADA LIBRE