Presentada bajo un título de apariencia enigmática y rotunda, veinticinco obras de veinticinco artistas agrupadas en conjuntos. separados de cuatro en cuatro, en el que se… propone, en primera instancia, un complejo juego con el concepto de autoría.
Presentada bajo un título de apariencia enigmática y rotunda, a partir del día 2 de agosto se podrá ver, en la galería Espacio Marzana, de Bilbao, una instalación propuesta por Roberto Atance y comisariada por Basilio. Veinticinco obras de veinticinco artistas agrupadas en conjuntos separados de cuatro en cuatro, salvo uno, que excepcionalmente lo formarán cinco, y en el que se propone, en primera instancia, un complejo juego con el concepto de autoría, pues, desposeídos los autores de su nombre (tan solo se los presenta por la herencia, por el apellido, por la obra que abandonó algún día el protegido espacio del taller) será ahora Atance el encargado, con esas piezas o capítulos, de armar una nueva, autónoma, aunque cargada inevitablemente de sombras. De esta manera, cada grupo de cuatro autores, de cinco en un solo caso, pasará a ser una obra independiente, estable e indisoluble que Roberto presenta como propia y que une al resto de la instalación hasta conseguir formar un cuerpo dialéctico independiente sobre el que solo él se hará responsable. Román, Ocariz, García Pozuelo, López/ Gaüeca, Molero, Goñi, Sorrouille/ Ansareo, Sádaba, Lazkoz, Herrero/ Vicario, Marcote, Vicente, Peral/ Sáez, Álvarez, Atance, Elorriaga, Uranga/ Marty, Gómez, Democracia, Sierra, son los artistas con los que Roberto ha decidido organizar su inédito discurso; sus obras son, en este caso, los fragmentos elegidos con los que ha decidido construir ahora la suya, que serán cinco independientes o una, general, que las agrupa a todas.
Por otra parte, la idea de la pérdida, de la muerte, de la desaparición, hilvana una muestra que, a la vista de lo que ya se ha contado, poco pretende tener de ciega u oscura y que se sirve de ese poso que queda tras la aniquilación para proponer un canto al rescate a través del conocimiento y del juego entre discursos de apariencia dispar.
La muerte, a fin de cuentas, siempre es la misma, aunque se cambie de traje y aquí, primeramente, nos llegará su eco en forma de máquina sola y perdida y que deja de serlo para transformarse en otra cosa, en un intento, suponemos, de adaptarse a su seguro desgaste; o en negra orla que guarda un recuerdo o en corona camuflada que aprovecha la materia que le ofrece el paisaje para esconder a la víctima de su necesario depredador; o en lluvia dibujada, también, que además será barrote de una cárcel que poco guardará al que ya nunca querrá escapar, perdido como está en su propio tiempo.
Después no se detendrá ante la imagen de una ciudad extraviada en su recuerdo, ni al mostrarnos como llega esa hora de la tarde que, junto al parque vacío, al bosque próximo, al muro levemente iluminado, nos hace entender la dicha de la desolación; ni cuando enseñamos la bala que, finalmente, acabará con nosotros, ni cuando, con saña, la utilizamos para intentar engañarla jugando a su mismo juego, vistiendo sus mismas ropas, sus mismas ganas de obstruirlo todo, de apedrearlo todo.
Continúa entonces, la muerte, tapándonos los muebles, es su costumbre, o confundiéndonos con raras esperanzas de mantener la lozana epidermis de las cosas; quizá por eso nos confinemos antes de tiempo, nos embolemos guardados en un cajón después de intuir el paso lento de la procesión que se aleja, y que nos lleva hacia ese bosque que antes desdibujaba la inquietante luz de la tarde.
Guardados en un cajón mientras esperamos, quizá, que nos crezcan las alas antes de perdernos, mínimos, sobrevolando un paisaje que prescindió hace tiempo de nosotros; que nos arranquen, blancas, quizá metálicas, de esa selva pasmosa que crece a partir de nuestras propias cenizas.
Luego la vemos ajustando una fecha, o una flecha: 1996. Ese será el resto y también la excepción, pues el resultado de la suma, que se evidencia, insistirá en el momento de la separación, del alejamiento. Acaso por eso la bandera recuerde una mortaja, el adorno una estela, el baile un homenaje, la arquitectura un proyecto de panteón. El corazón de la obra se consume encerrada en un frasco como se agota el insecto conservado en la cajita que ordena el entomólogo tras su captura.
Por último, acaricia la locura, junta imágenes como quién desata los nudos de la memoria, se planta ante el poder propagandístico de la guerra, planea sobre el absurdo tóxico de la política.
Ahora es cuando volvemos al título. Allí se nos invita, mediante un doble ardid, a escapamos del aburrimiento de la literalidad, pues una lectura rápida nos hará caer en el error o en la trampa de una corrección innecesaria mientras, en realidad, de lo que se nos quiere hablar es del resultado que surge tras la resurrección, tras el rescate de los objetos que por alguna razón se han visto perdidos u olvidados o desposeídos y, también, del encierro forzoso, el calabozo, el archivo o el nicho. La instalación, cargada de lecturas cruzadas, paralelas, insistirá, de forma sensible, en ese mismo juego al abrir el cajón donde se guardaban todas esas cosas que el tiempo, por desgaste o desidia, va inevitablemente perdiendo y que ahora, como piezas que remedian a un viejo juego de construcción, parecen revivir en algo insólito, sorprendente .
Quizá Bisión, Ziega consiga, arriesgándose a dar un paso hacia adelante, cargarse, de una vez por todas, la tiranía impuesta por la segunda ley de la termodinámica. Si no es así, tampoco importará mucho; el tiempo, a fin de cuentas, ajeno y ciego a nuestros esfuerzos, terminará por borrarnos a todos. Mientras tanto, disfrutemos con nuestro empeño de importunarlo un poco.
Texto : Edu López
Dónde : Espacio Marzana, Muelle Marzana, 5 C