Los monumentos itinerantes de Bilbao por Begoña Lumbreras de el tornillo que te falta
Me encanta conocer las pequeñas anécdotas históricas de Bilbao. Normalmente suele ser mi padre, apasionado historiador, quién de vez en cuando me relata nuevos chascarrillos, como los que hoy comparto con vosotros. Resulta que los tres primeros monumentos públicos de nuestra ciudad poseen la curiosa coincidencia de haber vivido un auténtico periplo en cuanto a su ubicación se refiere.
Por raro que parezca, Bilbao no tuvo su primer monumento hasta finales del siglo XIX. Fue éste el dedicado a Don Diego López de Haro (1890). Para realizarlo se contrató al valenciano Mariano Benlliure Gil, que en aquel momento contaba con solo 26 años y residía en Roma. El escultor fundió en bronce una estatua de 2,90 metros de altura, representando al fundador vestido de guerrero, con escudo, puñal y espada, con el casco en su mano izquierda, y la carta fundacional en la derecha, con la que parece apuntar al primitivo Bilbao. El arquitecto municipal Edesio Garamendi diseñó su primer pedestal en piedra de Markina, y situó el monumento en el centro de la Plaza Nueva, mirando a la fachada de la Diputación, para lo que fue necesario demoler una artística fuente con diecinueve surtidores que lanzaba el agua a siete metros de altura.
En 1895 se construyó en el lugar que ocupaba en la Plaza Nueva un kiosco de música, así que el monumento fue desplazado al centro de la Plaza Circular, mirando hacia el puente del Arenal.
La baja altura del pedestal resultaba desproporcionada para aquel espacio, así que en 1919 el Ayuntamiento ubicó en aquel punto una monumental farola, y la estatua de Don Diego se volvió a mover, esta vez a la plaza de San Juan, delante del antiguo hospital civil.
Finalmente, el 17 de noviembre de 1937, el monumento del fundador de la Villa fue devuelto a su anterior y actual ubicación, pero sobre un pedestal más alto y esbelto de 12,13 metros de altura, en piedra rosada, obra del arquitecto municipal Estanislao Segurola.
La segunda estatua que embelleció Bilbao fue la de Antonio de Trueba (Galdames, 1819 – Bilbao, 1889). Era tal la popularidad del bilbaíno de adopción, escritor, poeta, Archivero y Cronista de la Villa, que a los pocos meses de su fallecimiento, la Comisión de Monumentos propuso a la Diputación levantar un monumento al Padre de la Provincia, que sería colocado en los Jardines de Albia, que por entonces llevaban su nombre. La estatua fue nuevamente adjudicada a Benlliure, quien realizó un admirable trabajo, lleno de originalidad y en clave naturalista, lejos de la solemnidad típica de los monumentos de la época. La inauguración se celebró en noviembre de 1895, con gran alegría para la población.
La estatua también sufrió varios cambios de ubicación sin salir de los Jardines de Albia; inicialmente se colocó hacia el centro de los mismos, lo que obligó al arquitecto municipal Edesio de Garamendi a retocar el trazado de los jardines para que quedara bien emplazada, cerrándose con una artística verja en 1897, proyectada por Severino de Achúcarro. Durante años estuvo en el lugar que ocupa actualmente, pero mirando al edificio de la Equitativa, hasta que se decidió girarla 180 º, de manera que quedara frente a las Escuelas de Albia, hoy convertidas en el palacio de Justicia.
El tercer monumento que nos atañe es el de Doña Casilda de Iturriza y Urquijo, (Bilbao, 1818 – 1900) viuda de Tomás de Epalza, gran benefactora bilbaína. Al año siguiente de su fallecimiento, se le encargó la ejecución de la escultura al célebre escultor catalán Agustín Querol. Cuando los bilbaínos celebraban su inauguración un 19 de agosto de 1906, con festejos, banda de música, gigantes y cabezudos incluidos, la escultura estaba emplazada en el centro de la Plaza Elíptica, mirando hacia la Gran Vía, donde anteriormente hubo un vistoso templete. Era un lugar magnífico para ser presidido por la benefactora dama, pero dificultaba la visión del monumento del Sagrado Corazón de Jesús, erigido en 1927.
Hasta 1948 no pudo moverse al centro de la pérgola del Parque del Ensanche, cuando se retiró de allí la escultura de Melpómene, Musa del Arte, obra de Paco Durrio como homenaje al malogrado Arriaga, debido a una campaña moralista contra la desnudez de la estatua. Finalmente, fue trasladada a su espacio actual, ocupando la pileta remozada de un monumento de la época franquista en honor a los caídos en la cruzada nacional.
Fuente: J.M. Lumbreras. “El Arte en Bilbao en el s. XIX”.
Texto: Begoña Lumbreras (el tornillo que te falta)