Bilbao fue la primera ciudad española en electrificar los tranvías. Las ventajas respecto a la tracción animal parten del hecho mismo de ofertar un transporte urbano de masas.
A mediados del siglo XIX Bilbao se encontraba inmersa en la revolución industrial gracias al desarrollo de la minería y la industria que, entre otros aspectos, motivó un rápido proceso de expansión demográfica. Si en 1802 la villa contaba con 11.407 habitantes, en 1870 la cifra se había elevado a 27.902 y alcanzó en 1900 los 82.206. Este fenómeno no fue exclusivo de la capital de Vizcaya sino que, en mayor o menor medida, afectó a toda la comarca circundante. La ciudad necesitaba crecer, superar el ámbito de las históricas «siete calles» y extenderse. Un paso importante en este sentido fue la anexión en 1870 de la anteiglesia de Abando.

En algunos aspectos, la evolución de los tranvías del País Vasco es similar a la de los del resto de España, con una destacada participación del capital local en sus inicios, a la que tomaría el relevo el capital belga para afrontar la indudable modernización y consolidación que supuso su electrificación, en este caso pionera, ya que Bilbao y San Sebastián fueron las dos primeras capitales en contar con tranvías eléctricos en todo el país. Sin embargo, es preciso destacar que empresas de la entidad del Tranvía Eléctrico de Bilbao a Durango y Arratia y, sobre todo, la Compañía del Tranvía de San Sebastián, se mantuvieron a lo largo de su dilatada historia en manos de accionistas locales, algo poco común en la historia de los tranvías españoles.

El tranvía se convirtió en un medio de transporte esencial para garantizar la movilidad en las dos grandes capitales vascas pero, además, actuó como un magnífico complemento de su densa red ferroviaria, gracias al desarrollo de sus líneas interurbanas. En este sentido, es importante destacar el notable tráfico de mercancías que registraban y su vinculación al desarrollo industrial de valles como el de Arratia o el del Oria, al facilitar la comunicación de sus fábricas con los puertos de Bilbao, San Sebastián y Pasajes. Y, a pesar de su importante papel así como a la eficacia de los servicios que prestaban a la sociedad y economía vascas, los tranvías desaparecieron prematuramente en Euskadi en comparación con otras regiones de españolas, en un proceso iniciado en 1940 y que se prolongó hasta 1964.

Una mal entendida modernidad por parte de las instituciones responsables de la gestión del transporte fue la que forzó a las empresas concesionarias a sustituir sus tranvías por trolebuses y autobuses, algo justificable en líneas de débil demanda pero difícil de entender en trayectos como los de San Sebastián a Rentería o de Bilbao a Santurce en los que, con quince millones de viajeros cada una de ellos, supuso una evidente degradación de la capacidad y calidad del servicio. Ante la opción de gestionar un negocio mediocre o perder el negocio frente a la amenaza de no renovar las concesiones, las empresas tranviarias actuaron con pragmatismo y eligieron la primera de las alternativas ya que, aun siendo conscientes del error técnico que suponía, no tuvieron más remedio que aceptar las imposiciones institucionales.