Bilbao no solo está hecho de arquitectura, museos y fútbol. Su verdadera alma vive en las calles: en los bares del Casco Viejo, en plazas donde se cruzan miles de historias, en barrios que aún recuerdan a figuras entrañables y sorprendentes. La villa ha tenido personajes curiosos e increíbles que, sin buscar fama, se convirtieron en leyenda. Hoy recuperamos algunos de ellos: la Loca de Arriquibar, el Madriles, Pitarque, el Bombero Echániz, María Isabel Gutiérrez Velasco, Cabecita de ajo…. No aparecen en los grandes libros de historia, pero dejaron huella en plazas, calles y barrios.
Hablar de ellos es hablar del Bilbao auténtico: el que mezcla dignidad, humor, heroísmo y lucha social. Son personajes curiosos, increíbles y profundamente bilbaínos, cuya memoria late todavía en el Casco Viejo, en Indautxu y en la calle Cortes.
La loca de Arriquibar
La Loca de Arriquibar, cuyo nombre real era Mercedes Lorenzo Souto, llegó desde Lugo y trabajó como secretaria en la oficina de Martini Rossi en la Alameda de Urquijo. Su historia se convirtió en leyenda urbana: día tras día se sentaba en la Plaza Arriquibar, frente a la Alhóndiga, tejiendo calcetas y alimentando palomas. Su extravagante atuendo —turbantes coloridos y chaquetas llamativas— la hizo inconfundible. Decían que esperaba a un amor perdido, un tendero que se casó con otra. Su figura inspiró la canción “La llamaban loca” de Mocedades y, en 2019, un mural en Azkuna Zentroa (“Atentamente mía”) devolvió su recuerdo al centro de Bilbao. Incluso esta Aste Nagusia su vida ha sido llevada al teatro en una gran obra, protagonizada por Karmele Larrinaga y Gemma Martínez, cuyo titulo es «La llamaban loca» Hoy, es un icono de la ciudad: una mezcla de romanticismo, misterio y resistencia urbana.
El Madriles
Madriles fue un conocido sintecho, que se ganó el cariño del Casco Viejo. Nacido en Madrid en 1910, llegó a Bilbao en los años 30, apodado » Madriles» pero su verdadero nombre era Enrique Iglesias. Recorrió incansable Somera, Barrenkale y la Ribera recogiendo cartones con su carretilla, que más de una vez le robaron pero siempre le devolvieron los vecinos. Nunca pedía limosna. Vivía de su trabajo y aceptaba un txikito solo si le caías bien. Esa dignidad lo convirtió en parte del paisaje bilbaíno: un hombre libre que imponía sus propias reglas en la calle. Para mantener vivo su recuerdo y honrar su carácter, libre, indomable y algo cascarrabias, Bilboko Konpartsak creó un cabezudo en su honor y este hermoso mosaico, con el que Madriles vivirá eternamente en el corazón del casco viejo de Bilbao.
Murió en la riada de 1983, atrapado por la crecida del agua. En Barrenkale se le recuerda con una obra de arte callejera y pequeños homenajes espontáneos, que lo mantienen vivo en la memoria del barrio.
Pitarque, el colado de las bodas
José Luis Pitarque, conocido simplemente como Pitarque, fue un personaje elegante y pícaro del Bilbao de principios del siglo XX. Su especialidad era colarse en bodas sin ser invitado. Siempre impecablemente vestido, lograba convencer a los novios de que venía de parte del otro bando. Brindaba, comía y contaba anécdotas como si fuese de la familia. Y, cuando nadie lo esperaba, desaparecía con discreción. Su presencia se convirtió en un auténtico “sello de calidad” en los banquetes bilbaínos.
Más que un impostor, fue un artista de la improvisación, símbolo del ingenio y la picardía de la villa.
Bombero Echániz, héroe de la ciudad
Antonio Echániz Ariznavarreta, carpintero y maestro de obras, ingresó al Cuerpo de Bomberos en 1856 y se convirtió en su jefe. Fue también el creador del primer Gargantúa de Aste Nagusia en 1854: aquella enorme figura que devoraba niños para escupirlos en un tobogán.
El 7 de junio de 1867, murió heroicamente junto a tres compañeros al sofocar un incendio en la imprenta de la calle Correo. Bilbao no olvidó su sacrificio: en la plaza Indautxu existe un monolito que lleva su nombre, y su memoria sigue viva en la historia del cuerpo de bomberos. Su legado es doble: fiesta y heroísmo. Inventó una de las tradiciones más queridas y entregó su vida por la ciudad.
María Isabel Gutiérrez Velasco
En los años 70, la calle Cortes de Bilbao fue escenario de un movimiento inesperado. Allí trabajaba María Isabel Gutiérrez Velasco, una joven prostituta nacida en Cantabria. El 9 de noviembre de 1977 murió en la cárcel de Basauri, oficialmente por suicidio, aunque sus compañeras denunciaron asesinato.
Su muerte desencadenó una huelga histórica de prostitutas en Bilbao: más de 300 mujeres pararon, cerraron bares y se encerraron en el Hospital de Basurto. Fue un grito de dignidad contra la represión de la época, en plena transición democrática. Hoy, un mural en la calle Cortes la recuerda como símbolo de lucha, resistencia y visibilidad para un colectivo silenciado.